LA AFIRMACION DE MÍ
MISMO
Por: Jeanne de
salzmann
El
movimiento de energía en nosotros es un movimiento continuo que nunca se
detiene.
Sólo
pasa por fases de intensa proyección, que
llamamos tensión, y por fases de regreso a sí
mismo, que llamamos relajar, soltar.
No
puede haber tensión continua y no puede haber relajamiento continuo.
Estos
dos aspectos son la vida misma del movimiento de energía, la expresión misma de
nuestra vida.
Desde
su fuente
en nosotros, la energía se proyecta a través del canal de nuestras funciones hacia una
meta de acción.
En
ese movimiento nuestras funciones crean una especie de centro que llamamos «yo»
y creemos que
esa proyección hacia el exterior es la afirmación de nosotros mismos.
Ese
«yo», alrededor del cual giran nuestros pensamientos y nuestras emociones, no
se puede relajar, vive de tensiones, se nutre de tensiones.
Necesito
sentirme sacudido por la manera en que las cosas me tocan, siempre relacionadas
con mi amor propio, con lo que me gusta o lo que no me gusta, con lo que quiero o lo que no
quiero.
Es
una cerrazón
perpetua en la que me endurezco.
Ese
yo se protege, desea, pelea y juzga todo el tiempo.
Quiere
ser el primero, quiere ser reconocido, admirado, hacer sentir su fuerza y su poder.
Cuando
tengo una
experiencia y ésta se inscribe en la memoria, todo eso se acumula y se vuelve
un centro, un centro de posesión, un yo, un ego.
Es
a partir
de ese centro que quiero hacer: cambiar, tener más, reformarme.
Quiero
convertirme en aquello, adquirir esto.
Ese
«yo» exige poseer siempre más.
Es
siempre él, con su ambición, su avidez, el que quiere mejorar.
¿Por
qué ese yo tiene esa necesidad desmesurada de ser algo, de asegurarse de
ello, de expresarlo en todo momento?
Es
el miedo
de estar perdido.
¿No
sería la identificación, en su base misma, el miedo?
El
«yo» busca constantemente establecer una permanencia, la seguridad.
Uno
se identifica con todas las formas de pensamiento, de saber, de religión.
Ese
movimiento de identificación es todo lo que conocemos y apreciamos.
Todos
nuestros valores están allí dentro.
Pero
no
obtendremos la paz permanente a través del deseo de encontrar la seguridad en la
identificación.
Es
un proceso que sólo puede llevar a un conflicto debido a las limitaciones de la mente ordinaria.
Nada
puede ser imaginado por ella, porque depende de las formas y del tiempo.
No
hay nada nuevo en ella.
La
paz permanente no se puede encontrar escapándose de esa mente.
Esto
sólo es posible si ella está realmente tranquila y, entonces, la ambición y los
deseos se acaban.
Para
poder ver «lo que es», debo reconocer que mi estado no puede ser permanente.
Cambia
instante tras instante.
Ese
estado de impermanencia es mi verdad.
No
debo buscar evitarlo o poner mi esperanza en una rigidez que parece ser una ayuda.
Debo
vivir, experimentar ese estado de impermanencia y partir de allí.
Hace
falta que lo viva, que lo escuche.
No
sólo que escuche lo que quiero, porque así nunca seré libre, sino que
escuche lo que se presente, sin resistencia.
Para
escuchar
no debo resistir.
Ese
acto de escuchar, de estar presente, es una verdadera liberación.
Debo
estar consciente de mis reacciones a todo lo que pasa en mí.
No
puedo no tener reacciones.
Pero
debo ser capaz
de ir más allá, de tal manera que ellas no me impidan continuar mi búsqueda.
Hasta
que haya visto que lo que me impide acercarme a lo verdadero, a lo desconocido, es todo lo que es
conocido.
Debo
sentir
bien todo el condicionamiento de lo conocido, para liberarme de él.
Sólo
cuando conozca ese condicionamiento es que el silencio, la tranquilidad, no serán
la búsqueda de una seguridad, sino la libertad de recibir lo desconocido.
Cuando
la mente se vuelve más libre y verdaderamente tranquila, hay una sensación de
inseguridad en la cual hay, al mismo tiempo, una sensación de paz, una seguridad total, porque el «yo»
que siempre quiere
hacer está ausente.
Entonces
la mente ya no será un instrumento de evaluación, ya no será accionada por el
querer hacer del «yo».
En
esa tranquilidad, todas las reacciones, deseos, exigencias, son abandonados.
La
mente está en reposo a causa de la visión de lo que es.
Se
establece un orden que no puedo establecer por mí mismo, pero al cual necesito
someterme activamente.
Hay
como un sentimiento de respeto en mí.
Y,
de repente, veo que esto es la confianza.
Tengo
confianza en este orden, en esta ley, más que en mí mismo.
Me
confío a este orden con todo mi ser.
jeanne
de salzmann
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