YO NO ME CONOZCO
Por: jeanne de salzmann
¿Quién soy yo?
Necesito saberlo.
Si no lo se, ¿qué sentido tiene mi vida?
¿Quién va a responder en mí a la vida?
Entonces, debo tratar de responder.
Mi cabeza trata de responder.
Me aporta sugerencias sobre lo que soy: un ser humano que
puede esto, que ha hecho eso, que posee aquello.
Ofrece posibilidades de todo lo que conoce.
Pero ella no me conoce, no conoce lo que soy en este momento.
Y mi sentimiento ¿puede responder?
Entre los centros es el quien podría responder mejor,
pero no está libre.
Está al servicio del que quiere ser el más fuerte,
el más grande, el más poderoso y que sufre todo el tiempo por no ser el
primero.
Entonces no se atreve, tiene miedo, duda. ¿Cómo puede
saber?
Ciertamente hay una sensación, la sensación de mi cuerpo.
Pero mi cuerpo ¿soy yo?
De hecho, no me conozco.
No se lo que soy.
No conozco ni mis posibilidades ni mis limitaciones.
Existo y, sin embargo, no sé como existo.
Creo afirmar mi propia existencia y dirigirla en una
dirección determinada.
Pero respondo a la vida emocional o intelectual o físicamente.
Nunca soy yo quien responde.
Creo que yo puedo hacer, cuando en realidad «soy accionado»,
movido por fuerzas de las que nada se.
Todo pasa en mí.
Todo sucede.
Los hilos son halados sin que me de cuenta.
No veo que soy como una marioneta, como una máquina puesta en
movimiento por fuerzas exteriores.
Al mismo tiempo, veo que mi vida transcurre como si fuera
la vida de otro.
Veo que me agito, espero, me lamento, tengo miedo, me aburro, sin que me
sienta participar en ello.
La mayor parte del tiempo me doy cuenta a posteriori de que soy yo quien ha hecho esto o ha dicho aquello.
Actué antes de darme cuenta de ello.
Es como si mi vida se desenvolviese sin que yo
participe conscientemente de ello.
Se desenvuelve mientras yo estoy dormido.
De vez en cuando, los sobresaltos o los choques me despiertan
por un instante.
En medio de una rabia, o de un dolor o de un peligro,
abro los ojos: «fíjate: soy yo, aquí, en esta situación, viviendo esto!», pero
después del choque me vuelvo a dormir y puede pasar mucho tiempo hasta que
un nuevo choque me despierte.
Comienzo a sospechar que no soy el que creía ser.
Soy un ser dormido.
Un ser que no tiene conciencia de sí mismo.
En ese estado de sumo, confundo el
intelecto, el pensamiento que funciona independientemente de la emoción, con la
inteligencia que incluye la capacidad
de sentir lo que uno razona.
Mis funciones —mi pensamiento, mis emociones y
mis movimientos— trabajan sin dirección, a merced de los choques
accidentales y las costumbres.
Es el estado de ser más bajo en el que pueda encontrarse el
hombre.
Vivo en mi mundo estrecho, subjetivo, limitado, dirigido
por mis asociaciones, que vienen de todas mis impresiones subjetivas.
Es mi cárcel, a la que siempre vuelvo.
La búsqueda del yo empieza con «¿dónde estoy?»
Debo sentir la ausencia habitual del yo.
Debo conocer la sensación de vacío, de mentira, que afirma
siempre una imagen de mí mismo: el falso yo.
Uno tiene la costumbre de decir «yo» sin creer realmente en
ello.
De hecho, no hay nada más en lo que uno pueda creer.
El querer ser me empuja a decir «yo».
Está detrás de todas mis manifestaciones.
Pero no es consciente.
Habitualmente busco la convicción de mí Presencia en la actitud de los
demás hacia mí.
Si me niegan, dudo de mí.
Si me aceptan, creo en mí.
Me pregunto si soy realmente esa imagen que afirmo.
¿No hay un Yo real que pueda estar presente?
Necesito una experiencia directa del conocimiento de
mí mismo.
Primero tengo que ver los obstáculos que se interponen
como una pantalla.
Necesito ver que creo en mi mente, mi pensamiento.
Creo que eso soy yo.
Quiero saber, he leído, he escuchado.
Todo eso es la expresión de mi yo ordinario, de mi ego.
Eso me impide abrirme a la conciencia, ver «lo que es» y
lo que «yo soy».
Mi esfuerzo no puede ser impuesto.
Uno tiene miedo del vacio, miedo de no ser nada.
Entonces, uno se esfuerza por ser diferente.
Pero ese esfuerzo ¿quién lo hace?
Debo ver que también eso viene del yo
ordinario.
Toda imposición viene del ego. ¿Podría yo no seguir siendo engañado
por la imagen o el ideal impuesto por el pensamiento?
Necesito aceptar el vacío, aceptar no ser nada, aceptar
«lo que es».
Es en ese estado donde aparece la posibilidad de una
nueva percepción.
jeanne de salzmann
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